viernes, 5 de abril de 2013

Nils Christie: Territorios Libres de Delito

Photography: Juan Castro Bekios, Oslo, Norway
Fotografía: Juan Castro Bekios

“Mi hogar es mi castillo. En ese castillo uno puede tener su propia habitación, una habitación donde es posible estar totalmente en privado.
¿En privado?
La palabra tiene raíces latinas. Privere, privar, el concepto romano para el destino de ser amputado, separado de la vida social, arrancado de todo lo importante, apartado.
Y de nuevo en el terreno del hogar. El departamento, sí, exactamente, donde uno es mantenido aparte, aparte de todo otro lugar.
He sido invitado a hogares con varias cerraduras en sus puertas y sumado a ello dos cuerdas de acero atravesándolas. Tomó mucho tiempo entrar, incluso para el dueño. En algunas casas puede haber cerraduras en las ventanas y alarmas, a menudo con línea directa a la policía o a los guardias de seguridad. Si esas casas están a la venta, es frecuentemente porque quienes viven allí quieren mudarse a departamentos más grandes y con mayor seguridad.
En la tradición latina existe la concierge, esa mujer amable pero vigilante. Últimamente, ella ha cambiado, primero transformándose en un hombre, después en un hombre armado, quien eventualmente  es trasladado a una pequeña casilla blindada con equipamiento  televisivo que le permite vigilar la totalidad del complejo. ¿Pero por qué sólo alrededor del edificio? El barrio entero puede ser cercado. Ciudades doradas, paraísos para aquellos que tienen mucho que perder. Crecen actualmente en todos los países occidentales. Los guardias en la entrada revisan que sólo aquellos con razones valederas y las mejores credenciales puedan ingresar.
Un problema subsiste en el centro de las ciudades, en los edificios públicos, áreas que se supone son para todos. Aquí suelen aparecer más personajes dudosos. Una solución ha sido darle a este tipo de lugares, estatus semiprivado. Al vagabundo sobrio no se le puede negar acceso a las calles principales, pero cuando los centros comerciales pertenecen a alguien, el control se simplifica. Como señalan Bottoms y Wiles (1996), este tipo de control hace posible mantener alejadas a las personas no deseadas. A los excluidos se les dice, discretamente, o no tan discretamente, que se mantengan apartados. También se abren otras posibilidades. Algunos barrios representativos pueden ser cercados como en Los Ángeles, con autopistas entre ellos y las favelas cercanas. Algunos bancos pueden ser construidos de forma que no puedan usarse para dormir y también para minimizar la tentación de permanecer sentado. En la estación central de trenes de Copenhague, todos los bancos fueron removidos, encima ahora está prohibido sentarse en el suelo del hall principal.
Cuando los autos llegaron a Nueva York, esto fue visto como una gran mejoría higiénica. Antes se necesitaba botas para caminar por la Quinta Avenida debido a los excrementos de caballos y cerdos. Los autos ganaron protagonismo. La ciudad debió ser reconstruida. El excremento de caballo desapareció y los chiqueros se volvieron más valiosos como terreno para construcciones que como corrales para animales. Y el progreso continúa en nuestros días, hoy bajo las banderas de los criminólogos en guerra contra todos aquellos que peculiarmente parecen preferir seguir viviendo en vecindarios con ventanas rotas. Es más fácil remontar un arroyo que un río, más fácil remontar un río que una inundación, y obviamente más fácil arrestar a una persona que engaña en el subterráneo que a alguien que más tarde puede terminar cometiendo actos más serios.
Lo que sucede en las puertas con cerrojo, en las ciudades doradas, y a aquellos que viven en barrios de ventanas rotas; justamente esto, en miniatura, es lo que están haciendo los Estados en estos días. Los ricos protegen su propiedad escondiéndose detrás de muros. Lo mismo hacen los Estados ricos para mantener a los ciudadanos de los Estados pobres fuera de sus territorios. El Acuerdo de Scheengen y otros arreglos transforman Estados enteros en territorios dorados.”[1]




[1] Nils Christie, Una sensata cantidad de delito, Editores del Puerto, Buenos Aires, 2004, PP. 47-49.