Michel Onfray

                                                           
Photography: Juan Castro Bekios, Chile
Fotografía: Juan Castro Bekios
Resistir, deber imperioso

"Los textos de la ley francesa, desde la Declaración de los Derechos del Hombre hasta la Constitución de 1958, reconocen legal y jurídicamente la posibilidad de un derecho del incumplimiento o insurrección. El artículo 21 de la Constitución estipula: cuando " el Gobierno viole las libertades y los derechos garantizados por la Constitución, la resistencia en todas sus formas es el derecho más sagrado de todos y el mas imperioso de los deberes". Derecho sagrado y deber imperioso: las palabras tienen mucho peso y significan que más allá de la ley y del Derecho, no queda nada al arbitrio de los que tienen como tarea hacerlos respetar, sino una concepción del hombre y de la humanidad que no puede avenirse con crímenes, muertes, desprecio, indignidad o negación de los ciudadanos.
  Por otra parte, el texto de la Constitución abre inmensas posibilidades de resistencia, de rebelión, de insurrección, puesto que es vago en cuanto a los detalles y acepta que todas las formas pueden ser utilizadas, defendidas y justificadas para oponerse a una potencia irrespetuosa con aquello por lo que ha sido investida. El contrato obliga a las dos partes; cuando una de las dos ya no lo respeta y el individuo o el Gobierno incurren en la delincuencia, puede manifestarse una oposición de represión por parte de la policía en el primer caso o de insurrección en el otro. No se puede decir mejor: el derecho obedece primero a la moral, debe garantizar la seguridad y la libertad de los individuos que han aceptado someterse a él.
  ¿Cómo ejercer ese derecho de oposición? No consintiendo más al poder legal, sino queriendo lo que parece legítimo moralmente. Porque el poder existe por el solo consentimiento de aquellos sobre quienes se ejerce. Sea cual sea. No le concedáis más crédito e importancia, y no existirá más; no lo sostengáis más, y se derrumbará él mismo enseguida, sin violencia ni guerrilla, sin masacres en las calles. El derecho de oposición se manifiesta en el rechazo a contribuir personalmente en la lógica que constituye su fuerza: romper el equilibrio negándonos a sostenerlo. Cuando el poder ya no está acreditado cae por si mismo. No obedeciendo a una ley inicua, se suprime su efecto. La tiranía procede en parte de los tiranos, pero también del consentimiento de los tiranizados incapaces de rebelarse individual o colectivamente.
   En todas partes en la que imperan textos legales, reglas del juego, reglamentos interiores, y tan pronto cono en virtud del derecho natural una ley os parece proceder menos de la equidad que del arbitrio, tenéis legítimamente el poder y moralmente el derecho de no obedecer, de objetar según vuestra conciencia, de negados a aportar vuestro concurso al ejercicio de una orden que se enfrenta a vuestra concepción de la justicia o vuestra visión de la dignidad o humanidad. Allí donde la moral desaparece, la ley no puede obligar, no debe hacerlo. Si ella lo logra, en parte es con vuestro asentimiento  y a causa de vuestra pasividad o vuestra colaboración. La ley y el derecho existen para los hombre y no al contrario."*




* Onfray Michel, Antimanual de Filosofía, Editorial Edaf, segunda edición, Madrid, 2005, pp. 163 y 164.




22 de abril de 2012



La Violencia, Motor de la Historia

   "En el origen de los conflictos, el deseo de imperio, la voluntad de extender lo que se cree la verdad política al conjunto del planeta. Desde los primeros tiempos de la humanidad hasta hoy, los imperios obsesionan a los tiranos, los déspotas, los hombres de poder: Gengis Khan, Alejandro, Carlomagno, Carlos V. Napoleón, Hitler, Stalin, todos aspiraban expandir el territorio de su ambición y a imponer su ideología al conjunto del planeta. Los etnólogos saben que los animales también delimitan un territorio, que lo marcan con su orina y con su materia fecal, lo defienden, prohibiendo su frecuentación, o sometiéndola a condiciones draconianas, exigiendo evidentes signos de sumisión. Los políticos reactivan sus tropismos (esos fuerte movimientos que obligan siempre de la misma manera) cuando lanzan sus guerras de imperio y sus conquistas coloniales. La historia de los hombres se reduce muchas veces al registro de hechos y gestos que derivan de sus pulsiones animales.

   En cada una de estas ocasiones, el derecho desaparece bajo la fuerza, la convención se aparta en favor de la agresión, la violencia triunfa allí donde anteriormente el lenguaje y los contratos hacían la ley. Los acuerdos, las alianzas, los tratados, las declaraciones de no agresión o de cooperación, las firmas las soluciones diplomáticamente negociadas y registradas en documentos oficiales, todo desaparece. El hombre retrocede, la bestia avanza. La historia se escribe entonces sobre los campos de batalla y en las trincheras, bajo las bombas y en los cuarteles generales militares, en lo búnkeres y sobre playas de desembarco, no ya en las cancillerías o ministerios frente a los códigos de las leyes y de la jurisdicción internacional, si no en relación con los pelotones de ejecución, los campos de concentración, las prisiones y la munición.
   La lucha es el motor de la historia: entre las clases sociales ( los ricos arrogantes y los pobres desesperados), las adhesiones étnicas (los blancos en los puestos de mando, la gente de color en los lugares donde se obedece), las identidades regionales (vascos, bretones, corsos, catalanes, alsacianos, etc.), las naciones ( no hace muchos franceses y alemanes, norteamericanos y soviéticos, ayer los serbios y los albaneses), las confesiones religiosas (católicos y protestantes en Irlanda, Chiítas y Sunnies en Irán, judíos y musulmanes en Palestina, sijs y tamiles en India, etc.). El deseo de ser el señor se da en todas las parte implicadas. Ahora bien, no habrá más que un señor y un esclavo: la violencia se propone zanjar los problemas, en realidad, los desvía y alimenta. Y nada ni nadie escapa a la violencia comadrona de la historia."*






*Onfray Michel, Antimanual de Filosofía, Editorial Edaf, segunda edición, Madrid, 2005, pp. 193 y 194.

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