Fotografía: Juan Castro Bekios |
“Si es un mal la interpretación de las leyes, es otro evidentemente la
oscuridad que arrastra consigo necesariamente la interpretación, y aún lo será
mayor cuando las leyes estén escritas en una lengua extraña para el pueblo, que
lo ponga en la dependencia de algunos pocos, no pudiendo juzgar por sí mismo
cuál será el éxito de su libertad o de sus miembros en una lengua que forma de
un libro público y solemne uno casi privado y doméstico. ¿Qué deberemos pensar
de los hombres, sabiendo que en una buena parte de la culta e iluminada Europa
es esta costumbre inveterada? Cuanto mayor fuere el número de los que
entendiesen y tuviesen entre las manos el sacro códice de las leyes, tanto
menos frecuentes serán los delitos; porque no hay duda que la ignorancia y la
incertidumbre ayudan la elocuencia de las pasiones.
Una consecuencia de estas últimas reflexiones es que sin leyes escritas no
tomará jamás unas sociedad forma fija de gobierno, en donde la fuerza sea un
efecto del todo y no de las partes: en donde las leyes inalterables, sin la
general voluntad, no se corrompan pasando por el tropel de los intereses
particulares. La experiencia y la razón han demostrado, que la probabilidad, y certeza
de las tradiciones "humanas, se disminuyen a medida que se apartan de su
origen. ¿Pues cómo resistirán las leyes a la fuerza inevitable del tiempo de
las pasiones, si no existe un estable monumento del pacto social?
En esto se echa de ver, qué utilidades ha producido la imprenta, haciendo
depositario de las santas leyes, no algunos particulares, sino el público; y
disipando aquel espíritu de astucia y de trama que desaparece a la luz de las
ciencias, en apariencia despreciadas, y en realidad temidas de sus secuaces.
Esta es la ocasión por qué vemos disminuida en Europa la atrocidad de los
delitos, que hacían temer a nuestros antiguos, los cuales eran a un tiempo
tiranos y esclavos. Quien conoce la historia de dos o tres siglos a esta parte,
y la nuestra, podrá ver cómo del seno del lujo y de la delicadeza nacieron las
más dulces virtudes, humanidad, beneficencia y tolerancia de los errores
humanos. Verá cuáles fueron los efectos de aquélla, que erradamente llamaron
antigua simplicidad y buena fe: la humanidad gimiendo bajo la implacable
superstición; la
avaricia y la ambición de pocos tiñendo con sangre humana los depósitos del oro
y los troncos de los reyes. Las traiciones ocultas, los estragos públicos, cadanoble
hecho un tirano de la plebe, los ministros de la verdad evangélica manchando
con sangre las manos que todos los días tocaban el Dios de mansedumbre, no son obras
de este siglo iluminado, que algunos llaman corrompido” [1].
[1] Bonesana César, Marqués de Beccaría, Tratado De
Los Delitos y De Las Penas, Editorial
Heliasta, Buenos
Aires, 2007, p. 60.
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