Foto: Juan Castro Bekios |
Antes
que verdugos, generales, fiscales, jueces, Primer Ministro o el Zar mismo, ¿no
sois acaso hombres: hombres a los que se ha permitido hoy echar una breve
ojeada a este mundo de Dios, y que mañana mismo dejaréis de ser? (Vosotros, en
particular, verdugos de todos los grados y categorías, que habéis suscitado y
continuáis suscitando un tal odio, recordad esto). ¿Es posible que vosotros,
que habéis tenido este breve atisbo del mundo de Dios (pues, aunque no seáis
asesinados, la muerte nos pisa siempre a todos los talones), es posible que, en
vuestros momentos de lucidez, no veáis que vuestra vocación en la vida no puede
ser el atormentar y exterminar a los hombres; temblando también vosotros por
miedo a ser exterminados, mintiéndoos a vosotros y a los demás, y a Dios mismo;
asegurando a vosotros mismos y a los demás que estáis llevando a cabo una obra
importante y magnífica en beneficio de millones de vuestros semejantes? ¿Es posible
que, cuando os sentís embriagados por lo que os circunda, por los halagos y los
sofismas usuales, no sintáis, todos y cada uno de vosotros, en el
fondo de vuestra conciencia, que todo ello es pura palabrería, inventada tan
sólo para que, mientras cometéis toda suerte de horrores, podáis consideraros
todavía como unas personas decentes? Ninguno
de vosotros puede dejar de darse cuenta de que todos, vosotros lo mismo que
nosotros, tenemos un solo real y auténtico deber, que incluye todos los demás:
el deber de vivir el corto espacio que nos es concedido de acuerdo con la
Voluntad que nos envió al mundo, y de abandonarlo de acuerdo también con
aquella Voluntad. Y esta Voluntad sólo desea una cosa que se amen unos a otros.”
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