Fotografía: Juan Castro Bekios |
“Es mejor evitar los delitos que castigarlos. He aquí el
fin principal de toda buena legislación, que es el arte de conducir los hombres
al punto mayor de felicidad o al menor de infelicidad posible, para hablar según
todos los cálculos de bienes y males de la vida. Pero los medios empleados
hasta ahora son por lo común falsos y contrarios al fin propuesto. No es
posible reducir la turbulenta actividad de los hombres a un orden geométrico
sin irregularidad y confusión. Al modo que las leyes simplísimas y constantes
de la naturaleza no pueden impedir que los planetas se turben en sus
movimientos, así, en las infinitas y opuestísimas atracciones del placer y del
dolor no pueden impedirse por las leyes humanas las turbaciones y el desorden.
Esta es la quimera de los hombres limitados siempre que son dueños del mando.
Prohibir una muchedumbre de acciones indiferentes no es evitar los delitos sino
crear otros nuevos ; es definir a su voluntad la virtud y el vicio, que se nos
predican eternos e inmutables. ¿A
que nos viéramos reducidos si se hubiera de prohibir todo aquello que puede
inducir a delito? Sería necesario privar al hombre del uso de sus sentidos.
Para un motivo que impela los hombres a cometer un verdadero delito hay mil que
los impelen a practicar aquellas acciones indiferentes que llaman delitos las
malas leyes ; y si la probabilidad de los delitos es proporcionada al número de
los motivos, ampliar la esfera de aquellos es acrecentar la probabilidad de
cometerlos. La mayor parte de las leyes no son más que privilegios, esto es, un
tributo que pagan todos a la comodidad de algunos.
¿Queréis evitar los delitos? Haced que las leyes sean, claras
y simples, y que toda la fuerza de la nación esté empleada en defenderlas,
ninguna parte en destruirlas. Haced que las leyes favorezcan menos las clases
de los hombres que los hombres mismos. Haced que los hombres las teman, y no
teman más que a ellas. El temor de las leyes es saludable; pero el de hombre a
hombre es fatal y fecundo de delitos. Los hombres esclavos son más sensuales,
mas desenvueltos, y más crueles que los hombres libres. Estos meditan sobre las
ciencias, meditan sobre los intereses de la nación: ven objetos grandes y los
imitan; pero aquellos, contentos del día presente, buscan entre el estrépito y desenvoltura
una distracción del apocamiento que los rodea: acostumbrados al éxito incierto
de cualquier cosa, se hace para ellos problemático el éxito de sus delitos, en
ventaja de la pasión que los domina. Si la incertidumbre de las leyes cae sobre
una nación indolente por clima, aumenta y mantiene su indolencia y estupidez; si
cae sobre una nación sensual, pero activa, desperdicia su actividad en un
infinito número de astucias y tramas, que aunque pequeñas,' esparcen en todos
los corazones la desconfianza, haciendo de la traición y el disimulo la base de
la prudencia ; si cae sobre una nación valerosa y fuerte, la incertidumbre se
sacude al fin, causando antes muchos embates de la libertad a la esclavitud, y
de la esclavitud a la libertad.”
[1]
[1] Bonesana César, Marqués de Beccaría, Tratado De
Los Delitos y De Las Penas, Editorial Heliasta, Buenos
Aires, 2007, pp. 134 y 135.
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