“Todo esto ha sido cuidadosamente dispuesto y
planeado por unos hombres cultos e inteligentes, pertenecientes a las clases
superiores. Se las arreglan para ejecutar estas cosas discretamente, al
amanecer, de manera que casi nadie les vea, y se las componen de suerte que la
responsabilidad de estas iniquidades se reparta de tal modo entre quienes las
cometieron que cada uno de ellos pueda pensar y decir que no es responsable de
ellas.”
“Eso es monstruoso: no hay otra palabra; pero
lo más monstruoso de todo es
que no se hace impulsivamente, bajo el influjo
de sentimientos que se imponen a la razón, como ocurre en las peleas, en la
guerra, incluso en los asaltos a mano armada, sino que, por el contrario, se
hace en nombre de la razón y con arreglo a cálculos que se imponen a los
sentimientos. Esto es lo que hace estos hechos tan particularmente pavorosos.
Pavorosos, porque estos actos – cometidos por hombres que, desde el juez hasta
el verdugo, no los desean – prueban más vívidamente que nada hasta qué punto es
pernicioso al alma el despotismo, el dominio del hombre sobre el hombre.
Es malo que un hombre pueda arrebatar a otro su
trabajo, su dinero, su vaca, su caballo, hasta su hijo o su hija, en ocasiones;
pero, ¡cuánto peor el que un hombre pueda arrebatar a otro su alma, obligándole
a hacer lo que destruye su ser espiritual y privándole así de su bienestar
espiritual! Y eso es justamente lo que hacen esos hombres que disponen las
ejecuciones, y que, mediante sobornos, amenazas y engaños, obligan
tranquilamente a otros hombres – desde el juez hasta el verdugo – a cometer
actos que no cabe duda les privan de su verdadero bienestar, por mucho que los
cometan en nombre del bienestar de la humanidad.”
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