Paul Gustave Dore, "Paradise Lost", John Milton |
"En la vida de un
prisionero, vida gris que transcurre sin pasiones y sin emoción, los mejores
elementos se atrofian rápidamente. Los artesanos que amaban su oficio, pierden
la afición al trabajo. La energía física es rápidamente muerta en la prisión.
La energía corporal desaparece poco a poco, y no puedo encontrar mejor
comparación para el estado del prisionero, que la de la invernada en las
regiones polares. Léanse los relatos de las expediciones árticas, las antiguas,
las del buen viejo Pawy o las de Ross. Hojeándolas, sentiréis una nota de
depresión física y mental, cerniéndose sobre todo aquel relato, haciéndose más
lúgubre cada vez, hasta que el sol reaparece en el horizonte. Ese es el estado
del prisionero. Su cerebro no tiene ya energía para una atención sostenida, el
pensamiento es menos rápido; en todo caso, menos persistente; pierde su
profundidad. Un informe americano hacía constar, no hace mucho, que mientras
que el estudio de las lenguas prospera en las prisiones, los detenidos son
incapaces de aprender matemáticas. Y es la pura verdad; eso es lo que ocurre.
A mi entender, puede
atribuirse esta disminución de energía nerviosa a la carencia de impresiones.
En la vida ordinaria, mil sonidos y colores hieren diariamente nuestros
sentidos; mil menudencias llegan a nuestro conocimiento y estimulan la
actividad de nuestro cerebro.
Nada de esto existe para
el prisionero; sus impresiones son poco numerosas y siempre iguales. De ahí la
curiosidad del recluso. No puedo olvidar el interés con que observaba,
paseándome por el patio de la prisión, las variaciones de colores en la veleta
dorada de la fortaleza; sus tintes rosados, al ponerse el sol, sus colores
azulados de por la mañana, su aspecto indiferente en los días nublados y
claros, por la mañana y por la tarde, en verano y en invierno. Era aquélla una
impresión completamente nueva. La razón es probablemente quien hace que a los
presos les gusten tanto las ilustraciones. Todas las impresiones referidas por
el recluso, provengan de sus lecturas o de sus pensamientos, pasan a través de
su imaginación. Y el cerebro, insuficientemente alimentado por un corazón menos
activo y una sangre empobrecida, se fatiga, se descompone, pierde su energía.
Hay otra causa importante
de desmoralización en las prisiones, sobre la cual no se habrá nunca insistido
lo suficiente, porque es común a todas las prisiones e inherente al sistema de
la privación de la libertad."
Piotr Kropotkin, "Las Prisiones"
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