"Los que los romanos de la
decadencia llamaban bárbaros, tenían una excelente costumbre. Cada grupo, cada
comunidad, era responsable ante las otras de los actos antisociales cometidos
por uno de sus individuos.
Y tan plausible costumbre
desapareció, como desaparecen otras tan buenas y mejores. El individualismo
ilimitado ha substituido al comunismo de la antigüedad franco-sajona. Pero
volveremos a él. Y otra vez los espíritus más inteligentes de nuestro siglo
-trabajadores y pensadores- proclaman en voz alta que la sociedad entera es
responsable de todo acto antisocial en su seno cometido. Tenemos nuestra parte
de gloria en los actos y en las reproducciones de nuestros héroes y de nuestros
genios. La tenemos también en los actos de nuestros asesinos.
De año en año, millares
de niños crecen en la suciedad moral y material de nuestras ciudades, entre una
población desmoralizada por la vida al día, frente a podredumbre y holganza,
junto a la lujuria que inunda nuestras grandes poblaciones.
No saben lo que es la
casa paterna: su casa es hoy una covacha, la calle mañana. Entran en la vida
sin conocer un empleo razonable de sus jóvenes fuerzas. El hijo del salvaje
aprende a cazar al lado de su padre; su hija aprende a mantener en orden la
mísera cabaña. Nada de esto hay para el hijo del proletario que vive en el
arroyo. Por la mañana, el padre y la madre salen de la covacha en busca de
trabajo. El niño queda en la calle; no aprende ningún oficio; y si va a la
escuela, en ella no le enseñan nada útil.
No está mal que los que
habitan en buenas casas, en palacios, griten contra la embriaguez. Mas yo les
diría:
- Si vuestros hijos,
señores, crecieran en las circunstancias que rodean al hijo del pobre, ¡cuántos
de ellos no sabrían salir de la taberna!"
Piotr Kropotkin, "Las Prisiones".
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