Fotografía: Juan Castro Bekios |
“Estando todos los hombres expuestos a la
violencia o a la perfidia, detestan los crímenes de que pueden ser víctimas.
Todos unánimemente, piden el castigo de los principales culpables y de sus
cómplices: y todos, no obstante, por una compasión que Dios ha impreso en nuestros
corazones, se declaran contra los tormentos que se han dado a los acusados, de
quienes se quiere arrancar alguna confesión. La ley no los ha condenado aún, y
se da en la incertidumbre en que se está de su crimen un suplicio mucho más
terrible que el de la muerte, a la que no se les condena, sino cuando se está
seguro de que la merecen. ¡Cómo! ¡Ignoro
aún si eres culpable, y te atormentaré para saberlo: y si eres inocente, no expiaré las mil
muertes que te he hecho sufrir, en igual de una sola que te preparaba! Cada
cual se estremece con esta idea. No diré aquí, que San Agustín se declara
contra los tormentos, en su Ciudad de Dios. Tampoco diré que en Roma no se daba
más que a los esclavos, y no obstante, Quintiliano, acordándose de que eran
hombres, reprueba esta barbarie.
Aun cuando no hubiese más que una nación sobre
la tierra, que haya suprimido el uso de los tormentos, con tal que no se vean
más crímenes en ella, que en las demás; si es más sabia, y floreciente desde
que ha hecho esta supresión, su ejemplo basta para el mundo entero. Que la sola
Inglaterra instruya a todas las demás naciones; pero no es la sola; los
tormentos han sido proscritos de otras muchas con buen éxito. Luego todo está decidido.
Unos pueblos que se precian de ser ilustrados, ¿no se preciarán también de ser
humanos? ¿Se obstinarán en una práctica
inhumana, bajo el solo pretexto de que está en uso? Reservad a lo menos esta
crueldad para los malvados empedernidos que hayan asesinado a un padre de
familia, o de la patria; buscad sus cómplices; ¿pero no es de una barbarie
inútil el que una joven que haya cometido algunas faltas, que no dejan ninguna traza
tras de ellas, sea castigada como un parricida? Vergüenza tengo de haber
hablado sobre este particular, después de todo lo que ha dicho sobre él el
autor de los Delitos y de las Penas. Todo lo que debo de hacer es encargar que
se lea a menudo la obra de este defensor de la humanidad. [1]
”
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