viernes, 30 de marzo de 2012

Beccaria en la Evolución Histórica del Derecho penal por Luis Jiménez de Asúa


Cesare Beccaria
“César Beccaría Bonesana, marqués de Beccaría, era hijo de una noble familia. Nace en Milán el 15 de marzo de 1738.
A los veinticinco años de edad escribió su famoso libro Dei delittie delle pene. Lo comenzó en marzo de 1763 y estaba terminado en enero de 1764. No lo imprimió en Milán por prudencia. El 12 de abril lo envió a Livorno, a Giuseppe Aubert, director de la imprenta del Abate Marco Coltelini. En julio circulaba ya en Toscana, donde la fama lo coronó pronto. Apareció sin fecha, sin el nombre del autor y sin división de párrafos o capítulos. Beccaría tuvo su primer ejemplar el 16 de ese mes, pero en la ciudad no se habló de él hasta primeros de septiembre. 
La celebridad fue repentina. Ya en octubre de 1765 la Sociedad Patriótica de Berna le asignaba una medalla de oro, ignorando aún quién lo hubiese escrito.
Este pequeño libro, cuya notoriedad e influjo sorprendieron a su autor y a sus inspiradores, anatemiza con dureza singular los abusos de la práctica criminal imperante, exigiendo una reforma a fondo. Beccaria, siguiendo a Grocio, proclama que la justicia humana es cosa muy distinta de la justicia divina; que la justicia penal no tiene nada que ver con la de Dios. La justicia penal encuentra su fundamento en la utilidad común, en el interés general, en el bienestar del mayor número. Este fundamento, esencialmente utilitario, debe, sin embargo, ser modificado, limitado, completado por la ley moral, ya que es principio fundamental en Beccaría la alianza de la ley penal, o como él la denomina, "política", con la ley moral.
La Filosofía penal liberal se concreta en el pensamiento de Beccaría en una fórmula jurídica que resultaba del Contrato social de Rousseau: el principio de la legalidad ele los delitos y de las penas: nadie podrá ser castigado por hechos que no hayan sido anteriormente previstos por una ley, y a nadie podrá serle impuesta una pena que no esté previamente establecida en la ley.
No faltan autores muy serios, que han investigado a fondo la vida y los tiempos de Beccaría, que nieguen al notorio milanés originalidad y arrestos. Los hermanos Verri —Pedro sobre todo ejercían entonces en Milán una verdadera dictadura intelectual. Parece cierto que fueron ellos quienes dieron a César Beccaría el impulso —ya que éste, como se probó luego a lo largo de su no muy larga vida, era un abúlico— y acaso algo más: el plan y el consejo sobre el libro, facilitándole obras de consulta.
Muere Beccaria a los 56 años, el 28 de noviembre de 1794. El resto de sus días fue un funcionario sin brillo mayor, sólo preocupado de sus cargos.
No habían pasado más que dos años desde la publicación de la famosa obra, cuando ya se pretendió debatir su originalidad de fondo. Pablo Rissi escribió un opúsculo, en el que quería demostrar que era posible extraer las mismas conclusiones que Beccaria, escribiendo, según la tradición, en el bello latín y citando, en lugar de a Hobbes, Rousseau, Montesquieu, etc., sólo a autores romanos o a padres de la Iglesia.
No sólo se ha querido restar a Beccaria originalidad en la iniciativa —atribuida a los Verri— y en la argumentación y resultados—según quiere corroborar el libro de Pablo Rissi—, sino la prioridaden la entonces peligrosa aventura de hacer critica implacable de lapráctica punitiva. Impallomeni y Guardione han recordado en las postrimerías del siglo XIX el nombre y la obra del siciliano Tomás Natale, que algunos años antes de que Beccaria editase su obra había escrito otro libro de pareja índole. Pero no es menos exacto que esté precursor no imprimió su libro hasta ocho años después de publicarse el de César Beccaria, y que la causa de haberlo mantenido
inédito fue el temor a las consecuencias.
La necesidad de humanizar las leyes penales postuladas por el marqués de Beccaria con tanto ardor, movió a  varios monarcas a introducir reformas en las leyes criminales de sus pueblos. Así, Catalina II de Rusia, que en 1767 ordena la elaboración de un nuevo Código; Federico el Grande de Prusia y José II de Austria. Pero preciso es confesar que las insignes páginas del milanos no influyeron demasiado prontamente en el desarrollo de la administración de justicia en Lombardía, pues hasta el 11 de septiembre de 1789 no se suprimió allí la tortura.[1]"



[1] Jiménez de Asúa, Luis, “Principios de Derecho Penal, La Ley y el Delito”, Abeledo-Perrot, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1990, pp. 34 y 35.

domingo, 25 de marzo de 2012

La Sin Razón de la Prisión y la Pena Capital en Kropotkin


Picture: Juan Castro Bekios, Frankfurt, Germany
Foto: Juan Castro Bekios
"La prisión no tiene razón de ser. Y todos los que aquí estáis, sentís lo mismo que yo; porque si a los padres y a las madres que veo preguntara quién sueña para su hijo un porvenir de carcelero, ni una sola voz me respondería. Cualesquiera que sea el sueño del padre y de la madre, no llegarían a desear para su hijo una colocación de guardián de presos, de verdugo...

Y en este desprecio está la condenación absoluta del sistema de las prisiones y de la pena de muerte.

En la actualidad, la prisión es posible porque, en nuestra sociedad abyecta, el juez puede hacer carcelero o verdugo a un miserable salariado. Pero si el juez hubiera de vigilar a sus condenados, si hubiera él de matar a los que manda aplicar quitar la vida, seguros estad de que esos mismos jueces encontrarían las prisiones insensatas y criminal la pena de muerte.

Y esto me hace decir una palabra respecto al asesinato legal, que denominan pena capital en su extraña jerga.

Este asesinato no es sino un resto del principio bárbaro enseñado por la Biblia, con su ojo por ojo, diente por diente. Es una crueldad inútil y perjudicial para la sociedad."

"..Pero el procurador de la República pidiendo tranquilamente la cabeza de un ciudadano rodeado de gendarmes y confiando a un verdugo, pagado a tanto por operación, el cuidado de cortar aquella cabeza, ese procurador es para mi tan repugnante como el procurador del rey, y le digo:

-      Si quieres la cabeza de ese hombre, tómala. Sé acusador, sé juez, si quieres; ¡mas sé también verdugo! Si te limitas a pedir la cabeza, a pronunciar la sentencia; si te apropias el papel teatral y abandonas a un miserable la faena de la ejecuci6n, no eres sino un ruin aristócrata que se considera superior al ejecutor de sus sentencias. Eres peor que el procurador del rey, porque de nuevo introduces la desigualdad, la peor de las desigualdades, después de haber hablado en nombre de la igualdad.

Cuando el pueblo se venga, nadie tiene derecho a ser juez. Sólo su conciencia puede juzgarle. Pero, al procurador que quiere hacer asesinar fríamente, con todo el aparato abyecto de los tribunales, una cosa tenemos que decirle:

-      No te hagas el aristócrata. Sé verdugo, si es que quieres ser juez. ¿Hablas de igualdad? ¡Pues igualdad! ¡No queremos la aristocracia del tribunal junto a la plebe del cadalso!

Resumo. La prisión no impide que los actos antisociales se produzcan; por el contrario, aumenta su número. No mejora a los que van a parar a ella. Refórmesela tanto como se quiera, siempre será una privación de libertad, un medio ficticio como el convento, que torna al prisionero cada vez menos propio para la vida en sociedad. No consigue lo que se propone. Mancha a la sociedad. Debe desaparecer.

Es un resto de barbarie, con mezcla de filantropismo jesuítico; y el primer deber de la Revolución será derribar las prisiones; esos monumentos de la hipocresía y de la vileza humana.

En una sociedad de iguales, en un medio de hombres libres, todos los cuales trabajen para todos, todos los cuales hayan recibido una sana educación y se sostengan mutuamente en todas las circunstancias de su vida, los actos antisociales no podrán producirse. El gran número no tendrá razón de ser, y el resto será ahogado en germen. En cuanto a los individuos de inclinaciones perversas que la sociedad actual nos legue, deber nuestro será impedir que se desarrollen sus malos instintos. Y si no lo conseguimos, el correctivo honrado y práctico será siempre el trato fraternal, el sostén moral, que encontrarán de parte de todos, la libertad. Esto no es utopía; esto se hace ya con individuos aislados, y esto se tornará práctica general. Y tales medios serán más poderosos que todos los códigos, que todo el actual sistema de castigos, esa fuente siempre fecunda en nuevos actos antisociales, de nuevos crímenes."


Piotr Kropotkin, "Las Prisiones".

Sobre la Responsabilidad de la Sociedad en los Actos Antisociales, Kropotkin


"Los que los romanos de la decadencia llamaban bárbaros, tenían una excelente costumbre. Cada grupo, cada comunidad, era responsable ante las otras de los actos antisociales cometidos por uno de sus individuos.

Y tan plausible costumbre desapareció, como desaparecen otras tan buenas y mejores. El individualismo ilimitado ha substituido al comunismo de la antigüedad franco-sajona. Pero volveremos a él. Y otra vez los espíritus más inteligentes de nuestro siglo -trabajadores y pensadores- proclaman en voz alta que la sociedad entera es responsable de todo acto antisocial en su seno cometido. Tenemos nuestra parte de gloria en los actos y en las reproducciones de nuestros héroes y de nuestros genios. La tenemos también en los actos de nuestros asesinos.

De año en año, millares de niños crecen en la suciedad moral y material de nuestras ciudades, entre una población desmoralizada por la vida al día, frente a podredumbre y holganza, junto a la lujuria que inunda nuestras grandes poblaciones.

No saben lo que es la casa paterna: su casa es hoy una covacha, la calle mañana. Entran en la vida sin conocer un empleo razonable de sus jóvenes fuerzas. El hijo del salvaje aprende a cazar al lado de su padre; su hija aprende a mantener en orden la mísera cabaña. Nada de esto hay para el hijo del proletario que vive en el arroyo. Por la mañana, el padre y la madre salen de la covacha en busca de trabajo. El niño queda en la calle; no aprende ningún oficio; y si va a la escuela, en ella no le enseñan nada útil.

No está mal que los que habitan en buenas casas, en palacios, griten contra la embriaguez. Mas yo les diría:

-      Si vuestros hijos, señores, crecieran en las circunstancias que rodean al hijo del pobre, ¡cuántos de ellos no sabrían salir de la taberna!"


Piotr Kropotkin, "Las Prisiones".

Sobre las Causas de los Actos Antisociales, Kropotkin


picture: Juan Castro Bekios, Frankfurt, Germany
Foto: Juan Castro Bekios
"La fraternidad humana y la libertad son los únicos correctivos que hay que oponer a las enfermedades del organismo humano que conducen a lo que se llama crimen.

Tomad aparte a ese hombre, el cual ha cometido un acto de violencia contra uno de sus semejantes. El juez, ese maniático, pervertido por el estudio del Derecho romano, se apodera de él y se apresura a condenarle, y le envía a la prisión. Sin embargo, si analizáis las causas que impulsaron al condenado a cometer aquel acto de violencia, veréis (como lo notó Griesinger) que el acto de violencia tuvo sus causas, y que estas causas trabajaban hacía mucho tiempo, bastante antes de que aquel hombre cometiera el acto en cuestión. Ya en su vida anterior se traslucía cierta anomalía nerviosa, un exceso de irritabilidad: tan pronto, por una bagatela, expresaba con calor sus sentimientos, como se desesperaba a causa de una pena mínima, como se enfurecía a la menor contrariedad. Pero esta irritabilidad era a su vez causada por una enfermedad cualquiera: una enfermedad del cerebro, del corazón o del hígado, con frecuencia heredada de sus padres. Y, desgraciadamente, nunca hubo nadie que diera mejor dirección a la impresionabilidad de aquel hombre. En mejores condiciones, hubiera podido ser un artista, un poeta o un propagandista celoso. Pero, falto de aquellas influencias, en un medio desfavorable, se hizo lo que se llama un criminal."


Piotr Kropotkin, "Las Prisiones".

La Prisión y sus efectos en la Voluntad del Ser Humano


picture: Juan Castro Bekios, Stavanger, Norway
Foto: Juan Castro Bekios
"Todas las transgresiones a los principios admitidos de la moral, pueden ser imputadas a la carencia de una firme voluntad. La mayoría de los habitantes de las prisiones son personas que no tuvieron la firmeza suficiente para resistir a las tentaciones que les rodeaban, o para dominar una pasión que llegó a dominarles. Pues bien, en la cárcel, como en el convento, todo es apropiado para matar la voluntad del ser humano. El hombre no puede elegir entre dos acciones; las escasísimas ocasiones que se ofrecen de ejercer su voluntad, son excesivamente cortas; toda su vida fue regulada y ordenada de antemano; no tiene que hacer sino seguir la corriente, obedecer, so pena de duros castigos. En tales condiciones, toda la voluntad que pudiera tener antes de entrar en la cárcel, desaparece. ¿Y dónde encontrará fuerza para resistir a las tentaciones que ante él surgirán, como por encanto, cuando franquee aquellas paredes? ¿Dónde encontrará fuerza para resistir al primer impulso de un carácter apasionado, si durante muchos años hizo todo lo necesario para matar en él la fuerza interior, para volverle una herramienta dócil en manos de los que le gobiernan?

Este hecho es, a mi entender, la más fuerte condena de todo sistema basado en la privación de la libertad del individuo. El origen de la supresión de toda libertad individual se halla fácilmente: proviene del deseo de guardar el mayor número de presos con el más reducido número de guardianes. El ideal de nuestras prisiones fuera un millar de autómatas levantándose y trabajando, comiendo y acostándose por medio de corrientes eléctricas producidas por un solo guardián.

De este modo se puede economizar; pero no admite luego que hombres, reducidos al estado de máquinas, no sean, una vez libres, los hombres que reclama la vida en sociedad.

El preso, una vez libre, obra como aprendió a obrar en la cárcel. Las sociedades de socorro nada pueden contra esto. Lo único que le es posible hacer es combatir la mala influencia de las prisiones, matar sus malos efectos en algunos de los libertados."


Piotr Kropotkin, "Las Prisiones".

La Vida de un Prisionero


Paul Gustave Dore, "Paradise Lost", John Milton
"En la vida de un prisionero, vida gris que transcurre sin pasiones y sin emoción, los mejores elementos se atrofian rápidamente. Los artesanos que amaban su oficio, pierden la afición al trabajo. La energía física es rápidamente muerta en la prisión. La energía corporal desaparece poco a poco, y no puedo encontrar mejor comparación para el estado del prisionero, que la de la invernada en las regiones polares. Léanse los relatos de las expediciones árticas, las antiguas, las del buen viejo Pawy o las de Ross. Hojeándolas, sentiréis una nota de depresión física y mental, cerniéndose sobre todo aquel relato, haciéndose más lúgubre cada vez, hasta que el sol reaparece en el horizonte. Ese es el estado del prisionero. Su cerebro no tiene ya energía para una atención sostenida, el pensamiento es menos rápido; en todo caso, menos persistente; pierde su profundidad. Un informe americano hacía constar, no hace mucho, que mientras que el estudio de las lenguas prospera en las prisiones, los detenidos son incapaces de aprender matemáticas. Y es la pura verdad; eso es lo que ocurre.
A mi entender, puede atribuirse esta disminución de energía nerviosa a la carencia de impresiones. En la vida ordinaria, mil sonidos y colores hieren diariamente nuestros sentidos; mil menudencias llegan a nuestro conocimiento y estimulan la actividad de nuestro cerebro.

Nada de esto existe para el prisionero; sus impresiones son poco numerosas y siempre iguales. De ahí la curiosidad del recluso. No puedo olvidar el interés con que observaba, paseándome por el patio de la prisión, las variaciones de colores en la veleta dorada de la fortaleza; sus tintes rosados, al ponerse el sol, sus colores azulados de por la mañana, su aspecto indiferente en los días nublados y claros, por la mañana y por la tarde, en verano y en invierno. Era aquélla una impresión completamente nueva. La razón es probablemente quien hace que a los presos les gusten tanto las ilustraciones. Todas las impresiones referidas por el recluso, provengan de sus lecturas o de sus pensamientos, pasan a través de su imaginación. Y el cerebro, insuficientemente alimentado por un corazón menos activo y una sangre empobrecida, se fatiga, se descompone, pierde su energía.

Hay otra causa importante de desmoralización en las prisiones, sobre la cual no se habrá nunca insistido lo suficiente, porque es común a todas las prisiones e inherente al sistema de la privación de la libertad."


Piotr Kropotkin, "Las Prisiones"

Kropotkin, sobre la injusticia de la pena


picture: Juan Castro Bekios, Oslo, Norway
Foto: Juan Castro Bekios
"Ninguno de los presos reconoce que la pena que se le ha impuesto es la justa.

Hablad a un detenido por hurto, y preguntadle algo acerca de su condena. Os dirá: Caballero, los pequeños rateros aquí están, los grandes viven libres, gozan del aprecio del público. ¿Y qué os atreveríais a responderle, vosotros que conocéis las grandes compañías financieras fundadas expresamente para sorberse hasta las monedas de cobre que ahorran los conserjes, y para permitir que los fundadores, retirándose a tiempo, echen legalmente su agudo anzuelo sobre las pequeñas fortunas que encuentran a su alcance? Conocemos a esas grandes compañías de accionistas, sus circulares engañosas, sus timos... ¿Cómo responder, pues, al prisionero, sino diciéndole que tiene razón?

Hablad ahora a aquel otro, que está preso por haber robado en grande. Os dirá: No fui bastante diestro; he ahí mi delito. ¿Y qué habíais de responderle, vosotros que sabéis cómo se roba en las altas esferas, y cómo, después de escándalos inenarrables, de los que tanto se habló en estos últimos tiempos, veis otorgar un privilegio de inculpabilidad a los grandes ladrones? ¡Cuántas veces no hemos oído decir en la cárcel: ¡Los grandes ladrones no somos nosotros; son los que aquí nos tienen! ¿Y quién se atreverá a decir lo contrario?


Cuando se conocen las estafas increíbles que se cometen en el mundo de los grandes negocios financieros; cuando se sabe de qué modo íntimo el engaño va unido a todo ese gran mundo de la industria; cuando uno ve que ni aun los medicamentos escapan de las falsificaciones más innobles; cuando se sabe que la sed de riquezas, por todos los medios posibles, forma la esencia misma de la sociedad burguesa actual, y cuando se ha sondeado toda esa inmensa cantidad de transacciones dudosas, que se colocan entre las transacciones burguesamente honradas y las que son acreedoras de la Correccional; cuando se ha sondeado todo eso, llega uno a decirse, como decía cierto recluso, que las prisiones fueron hechas para los torpes, no para los criminales.

En tal caso, ¿por qué tratáis de moralizar a los que llenan cárceles y presidios?"


Piotr Kropotkin, "Las Prisiones".

Kropotkin y la Prisión


"El principio de toda prisión es falso, puesto que la privación de libertad lo es. Mientras privéis a al hombre de libertad, no lograréis hacerle mejor. Cosecharéis la reincidencia."

Piotr Kropotkin, "Las Prisiones".

Kropotkin, Prisión y Reincidencia


picture: Juan Castro Bekios, CHILE
Foto: Juan Castro Bekios
"Pues bien, no obstante las reformas introducidas, no obstante los sistemas penitenciarios puestos a prueba, el resultado siempre ha sido igual. Por una parte, el número de hechos contrarios a las leyes existentes no aumenta ni disminuye, cualesquiera que sea el sistema de penas infligidas. Se ha abolido el knut ruso y la pena de muerte en Italia, y el número de asesinatos sigue siendo igual. Aumenta o disminuye la crueldad de los erigidos en jefes; cambia la crueldad o el jesuitismo de los sistemas penitenciarios, pero el número de los actos mal llamados crímenes, continúa invariable. Sólo le afectan otras causas, de las cuales ahora voy a hablar.

Y, por otra parte, cualesquiera que sean los cambios introducidos en el régimen penitenciario, la reincidencia no disminuye, lo cual es inevitable, lo cual debe ser así; la prisión mata en el hombre todas las cualidades que le hacen más propio para la vida en sociedad.

Conviértenle en un ser que, fatalmente, deberá volver a la cárcel, y que expirará en una de esas tumbas de piedra sobre las cuales se escribe Casa de corrección -, y que los mismos carceleros llaman Casas de corrupción.

Si se me preguntara: ¿Qué podría hacerse para mejorar el régimen penitenciario?, ¡Nada! - respondería - porque no es posible mejorar una prisión. Salvo algunas pequeñas mejoras sin importancia, no hay absolutamente nada que hacer, sino demolerlas."

Piotr Kropotkin, "Las Prisiones".

Las Prisiones de Kropotkin; sus interrogantes


Picture: Juan Castro Bekios, Stavanger, Norway
Foto: Juan Castro Bekios
"Muchas veces se ha dicho que la función principal de toda organización política, es garantizar doce jurados probos a todo ciudadano, al que otros ciudadanos denunciaren por cualquier motivo. Pero falta saber qué derechos debemos reconocer a esos diez, o doce, o cien jurados, sobre el ciudadano al que consideren culpable de un acto antisocial y perjudicial para sus semejantes.

Esta cuestión resuélvese actualmente de la manera más sencilla. Se nos responde: ¡Castigarán! ¡Sentenciarán a muerte, a trabajos forzados o a presidio! Y esto es lo que se hace. Es decir, que, en nuestro penoso desarrollo, en esta marcha de la humanidad por entre los prejuicios y las ideas falsas, hemos llegado a tal punto. Mas también ha llegado la hora de preguntar: ¿Es justa la muerte, es justo el presidio? ¿Se consigue con ellos el doble fin que trátase de obtener: impedir que se repita el acto antisocial y tornar mejor al hombre que se hiciera culpable de un acto de violencia contra su semejante? Y, para concluir, ¿qué significa la palabra culpable, con tanta frecuencia empleada, sin que hasta la fecha se haya intentado decir en qué consiste la culpabilidad?"

Piotr Kropotkin, "Las Prisiones".

viernes, 23 de marzo de 2012

Piotr Alexeiévich Kropotkin



Piotr Alexeiévich Kropotkin 
Revolucionario y geógrafo ruso, Pedro Kropotkin fue, desde la década de 1870 hasta su muerte en 1921, la principal figura y el más prominente teórico del movimiento anarquista. Aunque logró nombradía en un número de diferentes especialidades, que van desde la geografía y la zoología hasta la sociología y la historia, se apartó del éxito material para dedicarse a la vida de un revolucionario. Hablando en mítines, fundando periódicos, escribiendo libros y artículos hizo más que no importa qué otra figura para fomentar la causa libertaria en Europa y en todo el mundo.

Kropotkin nació en Moscú el 9 de diciembre de 1842, hijo del príncipe Aleksey Petrovich Kropotkin, y fue educado en el exclusivo Cuerpo de los Pajes en San Petersburgo (Leningrado). Durante un año sirvió como ayudante del zar Alejandro II y, desde 1862 hasta 1867, como oficial del ejército en Siberia; aparte de sus deberes militares, estudió la vida del reino animal y tomó parte en exploraciones geográficas. Basándose en sus observaciones elaboró la teoría de las líneas estructurales en las cordilleras y revisó la cartografía del Asia oriental. También contribuyó al conocimiento del glaciarismo de Asia y de Europa durante la Época Glacial.

Los descubrimientos de Kropotkin fueron reconocidos inmediatamente y abrieron el camino para una distinguida carrera científica. Pero en 1871 rehusó el cargo de secretario en la Sociedad Geográfica Rusa y, renunciando a su herencia aristocrática, dedicó su vida a la causa de la justicia social. Durante su servicio en Siberia había ya empezado su conversión al anarquismo -la teoría de que todas las formas de gobierno deberían ser abolidas- y en 1872 una visita a los relojeros suizos de las Montañas Jurasianas, con sus voluntarias asociaciones de apoyo mutuo, ganaron su admiración y confirmaron sus creencias libertarlas.

Cuando retornó a Rusia se unió a un grupo revolucionario que diseminaba propaganda entre los trabajadores y campesinos de San Petersburgo y de Moscú. Atrapado en una redada policial, fue encarcelado en 1874, pero realizó una fuga sensacional dos años más tarde, huyendo a Europa occidental, donde su nombre fue pronto venerado en los círculos avanzados.

Los próximos años los paso casi siempre en Suiza hasta que fue expulsado a pedido del gobierno ruso después del asesinato del zar Alejandro II por los revolucionarios en 1881. Se trasladó a Francia, pero fue detenido y encarcelado durante tres años, acusado de fraguados cargos de sedición.

Liberado en 1886, se fue a vivir a Inglaterra, donde permaneció los siguientes 30 años, hasta que la Revolución de 1917 le permitió retornar a su país natal. Durante su largo exilio Kropotkin escribió una serie de influyentes libros -los más importantes fueron Palabras de un rebelde (1885), En las prisiones de Rusia y Francia (1887), La conquista del pan (1892), Campos, fábricas y talleres (1899), Memorias de un revolucionario (1899), La ayuda mutua (1902), La literatura rusa (1905) y La Gran Revolución 1789 - 1793 (1909)- en la cual promovió su filosofía libertaria.

Su finalidad, como a menudo lo hizo notar, era poner una base científica al anarquismo. En La ayuda mutua, que es ampliamente considerado como su obra maestra, argumentó que, a pesar del concepto darwinista sobre la supervivencia de los más hábiles, la cooperación más bien que el conflicto es el principal factor de la evolución de las especies. Suministrando abundantes ejemplos, demostró que la sociabilidad es un rasgo dominante en todos los niveles del reino animal.

También entre los seres humanos encontró que el apoyo mutuo ha sido la regla más bien que la excepción. Rastreó la evolución de la cooperación voluntaria en las tribus primitivas, la aldea campesina, los pueblos del Medioevo y en una variedad de modernas asociaciones -sindicatos, sociedades científicas, la Cruz Roja-, que han continuado practicando el apoyo mutuo a pesar de la ascensión del coercitivo Estado burocrático. El curso de la historia moderna, creía, se encamina hacia las sociedades descentralizadas, apolíticas, cooperadoras, en las cuales los hombres desarrollarán sus facultades creadoras sin la interferencia de gobernantes, sacerdotes o soldados.

En su teoría del comunismo libertario, según la cual la propiedad privada e ingresos desiguales desaparecerán para dar lugar a la libre distribución de las mercancías y los servicios, Kropotkin dio un paso en grande para la evolución del pensamiento económico anarquista. Substituyó el principio de los salarios por el de las necesidades. Cada persona juzgaría sus propios requerimientos, sacando del supermercado común lo que estimara necesario, hubiera o no contribuido al trabajo. Kropotkin preveía una sociedad en la que los hombres a la vez harían trabajo manual e intelectual, trabajando en la industria o en la agricultura. Los miembros de cada comunidad cooperativa desde sus 20 a sus 40 años, trabajarían de cuatro a cinco horas por día, suficientes para una vida confortable, y la división del trabajo motivaría una división de agradables tareas, como resultado de la especie de existencia integrada y orgánica que había prevalecido en la ciudad medioeval.

Para preparar a los hombres hacia una vida más feliz, Kropotkin fijó sus esperanzas en la educación de los jóvenes. Para lograr una sociedad integrada clamaba por una educación integral que a la vez desarrollase habilidades intelectuales y manuales. Debido énfasis debía ser puesto en las humanidades y en los principios básicos de las matemáticas y las ciencias; pero, en lugar de ser enseñadas sólo en los libros, los niños debían recibir una activa educación al aire libre y aprender trabajando y observando en el terreno, una recomendación que ha sido ampliamente señalada por modernos educadores.

Basándose en su propia experiencia de la vida en la cárcel, Kropotkin también propugnaba por una entera modificación del sistema penal. Decía que las cárceles eran escuelas del crimen que, en vez de reformar al delincuente, lo sujetaban a castigos embrutecedores y lo endurecían en sus instintos criminales. En el mundo futuro de los anarquistas, fundado en la ayuda mutua, la conducta antisocial no sería encarada mediante leyes o cárceles, sino por la comprensión humana y la presión moral de la comunidad.

En Kropotkin se combinaban las cualidades de un científico y un moralista con las de un organizador revolucionario y propagandista. Debido a su sensata benevolencia, condenaba el uso de la violencia en la lucha por la libertad y la igualdad, y durante sus primeros años como militante anarquista, fue uno de los más vigorosos expositores de la propaganda por el hecho - actos de insurrección para reforzar la propaganda oral y escrita y despertar así los instintos de rebelión del movimiento anarquista en Inglaterra y Rusia; y ejerció una fuerte influencia en los movimientos de Francia, Bélgica y Suiza. Pero se apartó de muchos de sus compañeros al apoyar a los poderes aliados durante la Primera Guerra Mundial. Su acción, aunque motivada por el temor de que el autoritarismo germano podría ser fatal para el progreso social, violó la tradición antimilitarista y motivó agrias polémicas que casi destruyeron al movimiento por el que había trabajado casi medio siglo.

De todos modos, los acontecimientos aparecieron más brillantes al estallar la Revolución Rusa. Kropotkin, que ahora tenía 75 años, se apresuró a retornar a su país natal. Cuando llegó a Petrogrado en junio de 1917, después de 40 años de exilio, fue recibido calurosamente y se le ofreció el cargo de Ministro de Educación en el gobierno provisional, que rehusó con brusquedad. No obstante, nunca fueron tan brillantes sus esperanzas para un futuro libertario, pues en 1917 vio la espontánea aparición de municipios libres y de soviets -consejos de soldados y de trabajadores- que pensó podrían ser la base para una sociedad sin Estado. Cuando los bolcheviques tomaron el poder, sin embargo, su entusiasmo se volvió un gran desengaño. Esto entierra la Revolución dijo a un amigo. Los bolcheviques, decía, han demostrado cómo una revolución no debe ser hecha, es decir, por métodos autoritarios en vez de métodos libertarios. Sus últimos años los dedicó principalmente a la historia de la ética, que nunca terminaría. Murió en el pueblo de Dmitrov cerca de Moscú el 8 de febrero de 1921. Su entierro, acompañado por cien mil admiradores suyos, fue la última ocasión en que la bandera negra de los anarquistas flameó en las calles de Moscú.

La vida de Kropotkin ejemplarizó una alta modalidad ética y la combinación de la labor manual e intelectual que predicó a través de sus escritos. No mostró nada del egoísmo, la duplicidad y el ansia de poder que malogró la imagen de tantos otros revolucionarios. Debido a esto fue admirado no sólo por sus propios compañeros, sino por muchos para quienes la etiqueta de anarquista significa no mucho más que el puñal y la bomba. El escritor francés Romain Rolland dijo que Kropotkin vivió lo que Tolstoi solamente predicó, y Oscar Wilde le llamó uno de los dos hombres realmente felices que había conocido.


 Paul Avrich*, Revista Reconstruir,1975, Buenos Aires, Argentina.


* Paul Avrich, nacido en EEUU, fue profesor e historiador del movimiento anarquista, dentro de sus textos mas relevantes destaca el escrito acerca de Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Cesare Lombroso y la Criminalidad de los Anarquistas


   "De aquí que sean los autores más activos de la idea anárquica (salvo poquísimas excepciones, como Ibsen, Reclus y Kropotkin), locos o criminales, y muchas veces ambas cosas a la vez. 

  Una prueba clarísima de esto se tiene examinando el cuadro fisionómico, unido a mi Delitto político, en el que se ve que los regicidas, tales como Feniani, y los anarquistas, tienen perfecto tipo criminal, ya se trate de Kammerer, Reinsdorff, Riel, Hodel, Stellmacher, Brady, Fitzharris, o ya de aquellos locos criminales del 89 en Francia, como Marat -en tanto que los verdaderos revolucionarios, como Corday, Mirabeau, Cavour, y la mayor parte de los nihilistas, Ossinski, la Sassutiel, Solowief, Ubanoba, presentan un tipo completamente normal y a veces más bello (1).

Foto: Juan Castro Bekios
   Un juez, el egregio abogado Spingardi, quien me ha proporcionado gran número de datos para este estudio, me decía: No he visto todavía un anarquista que no sea imperfecto o jorobado, ni he visto ninguno cuya cara sea simétrica. Entre los habitantes de París se encuentra el tipo criminal en un 12 por 100; entre 43 anarquistas de Chicago, existe en un 40 por 100; entre 100 de Turín, en el 34 por 100; en tanto que, entre 320 de nuestros revolucionarios, el tipo se reduce a 0.57 por 100, es decir, menos que entre los hombres normales (2 por 100), y entre los nihilistas rusos, a 6.7 por 100." *
                                                
*“Los Anarquistas”, Cesare Lombroso



(1) Véase Lombroso e Laschi, Delitto político, Turín, Bocca, 1890.

lunes, 19 de marzo de 2012

Todos, cómplices del Crimen


Foto: Juan Castro Bekios
“Sí; recapacitad: vosotros todos, cómplices del crimen, desde el más alto al más bajo: considerad lo que sois y lo que hacéis, y cesad de hacer lo que estáis haciendo. ¡Cesad, no por vosotros mismos, no por vuestra persona, ni siquiera por los hombres vuestros hermanos, ni para que dejéis de ser juzgados y condenados, sino por amor de vuestra propia alma y por el amor del Dios que vive en vosotros!.”

Sobre el Amor Humano


Foto: Juan Castro Bekios
“Sin embargo, ¿qué es lo que hacéis para ello? ¿A qué consagráis vuestra fuerza espiritual? ¿A quiénes amáis? ¿Quiénes os aman? ¿Vuestra mujer? ¿Vuestro hijo? Pero eso no es amor. El amor de la esposa y los hijos no es un amor humano. Los animales aman de esa manera, todavía quizás con mayor fuerza. El amor humano es el amor del hombre al hombre: a cada hombre, como hijo que es de Dios y, por consiguiente, hermano nuestro. ¿A quién amáis de ese modo? A nadie. ¿Quién os ama de ese modo? Nadie.”

Recapaciten


Foto: Juan Castro Bekios
“¡Hermanos: volved en vosotros, deteneos a recapacitar, considerad lo que estáis haciendo. Recordad quienes sois!

 Antes que verdugos, generales, fiscales, jueces, Primer Ministro o el Zar mismo, ¿no sois acaso hombres: hombres a los que se ha permitido hoy echar una breve ojeada a este mundo de Dios, y que mañana mismo dejaréis de ser? (Vosotros, en particular, verdugos de todos los grados y categorías, que habéis suscitado y continuáis suscitando un tal odio, recordad esto). ¿Es posible que vosotros, que habéis tenido este breve atisbo del mundo de Dios (pues, aunque no seáis asesinados, la muerte nos pisa siempre a todos los talones), es posible que, en vuestros momentos de lucidez, no veáis que vuestra vocación en la vida no puede ser el atormentar y exterminar a los hombres; temblando también vosotros por miedo a ser exterminados, mintiéndoos a vosotros y a los demás, y a Dios mismo; asegurando a vosotros mismos y a los demás que estáis llevando a cabo una obra importante y magnífica en beneficio de millones de vuestros semejantes? ¿Es posible que, cuando os sentís embriagados por lo que os circunda, por los halagos y los sofismas usuales, no sintáis, todos y cada uno de vosotros, en el fondo de vuestra conciencia, que todo ello es pura palabrería, inventada tan sólo para que, mientras cometéis toda suerte de horrores, podáis consideraros todavía como unas personas decentes? Ninguno de vosotros puede dejar de darse cuenta de que todos, vosotros lo mismo que nosotros, tenemos un solo real y auténtico deber, que incluye todos los demás: el deber de vivir el corto espacio que nos es concedido de acuerdo con la Voluntad que nos envió al mundo, y de abandonarlo de acuerdo también con aquella Voluntad. Y esta Voluntad sólo desea una cosa que se amen unos a otros.”

Librarse de la Opresión Intolerable


“Todo lo que se está haciendo actualmente en Rusia, se hace en nombre del bien general, en nombre de la protección y la tranquilidad del pueblo ruso. Y, si esto es así, no cabe duda que entonces también lo hacen por mí, que vivo en Rusia. Por mí, pues, existe esta profunda miseria del pueblo, privado del primero y más elemental derecho del hombre: el derecho a trabajar la tierra en que ha nacido; por mí, este medio millón de hombres arrancados de la sana vida rural y vestidos de uniformes y enseñados a matar; por mí, ese mal llamado sacerdocio, cuyo principal deber es pervertir y ocultar el verdadero Cristianismo; por mí todas estas deportaciones de hombres, de uno en otro lugar; por mí estos cientos de miles de infelices muriendo de tifus y escorbuto en las fortalezas y prisiones, insuficientes para contener a tan inmenso gentío; por mí sufren las madres, esposas y padres de los desterrados, los cautivos y los ahorcados; por mí estos espías y este soborno ignominioso; por mí el enterramiento vergonzante de estos centenares de hombres fusilados; por mí se prosigue la faena horrenda de esos verdugos, alistados a duras penas en un principio, pero que no parecen ya repugnar a su trabajo; por mí existen estas horcas, de sogas bien enjabonadas, en las cuales se cuelgan a hombres, mujeres y niños; y por mí esta terrible actitud del hombre contra sus semejantes.

    Por extraño que pueda parecer el decir que todo esto se hace por mi causa, y que soy un cómplice de estos actos tremendos, lo cierto es que no puedo menos de sentir que existe una interdependencia indudable entre mi casa confortable, mi comida, mis ropas, mis ocios, y los crímenes terribles cometidos para librar a la sociedad de aquellos hombres que querrían despojarme de lo que tengo. Y aunque sé que estas pobres gentes menesterosas, amargadas, pervertidas – que, si no fuera por las amenazas del Gobierno, me privarían de todo lo que es mío -, son simplemente el resultado de la acción gubernamental, no puedo sin embargo menos de sentir que, por el momento, mi tranquilidad depende realmente de todos los horrores actualmente perpetrados por el Gobierno.

    Y, teniendo la conciencia de ello, no me es posible continuar soportándolo; necesito a toda costa, librarme de esta opresión intolerable.”

Y Dios ¿qué nos dice?


Foto: Juan Castro Bekios
“¿Cómo es posible que reconozcáis como Dios a quien prohibió, en términos concluyentes, no sólo la condenación y el castigo, sino incluso el juzgar a los demás; quien, con inequívocas palabras, repudió todo castigo y afirmó la necesidad del perdón incesante, por a menudo que fuese cometido el pecado; que ordenó volviéramos la otra mejilla al que nos abofetease, devolviendo en toda ocasión bien por mal; que, en el caso de la mujer condenada a la lapidación, mostró de manera tan sencilla y clara la imposibilidad del juicio y del castigo entre hombre y hombre? ¿Cómo es posible que vosotros, que reconocéis a ese Dios, no podáis encontrar nada mejor que decir en vuestra defensa que: “¡Ellos empezaron! ¡Y, como matan a la gente, no tenemos más remedio que matarlos a ellos!”?”

¿Qué distingue a los revolucionarios frente al Gobierno?


“Y una cuarta circunstancia atenuante en pro de los revolucionarios es que todos ellos repudian categóricamente toda enseñanza religiosa y consideran que el fin justifica los medios. Por consiguiente, cuando matan a uno o más hombres en aras de ese problemático bienestar de la mayoría, obran con absoluta congruencia; mientras vuestros hombres del Gobierno – desde el más ínfimo verdugo al más alto funcionario - profesan el cristianismo y se declaran religiosos, lo que es absolutamente incompatible con los actos que cometen.”